Paisaje dividido: flores silvestres marchitas frente a plantas resistentes y alergénicas, con fábricas contaminantes al fondo.Las flores desaparecen; las plantas resistentes prosperan. El cambio climático transforma incluso el aire que respiramos.

Alergias medioambientales: una epidemia en aumento

Durante las últimas décadas se ha observado un aumento de la prevalencia de las enfermedades alérgicas. Sólo en Europa se calcula que hay más de 150 millones de personas que las sufren. Alrededor del 25% de la población de los países industrializados padece rinoconjuntivitis alérgica, y la prevalencia del asma bronquial se encuentra entre el 5 y el 10%, con mayor predominio en las zonas urbanas respecto a las rurales.

Tanto el cambio climático como la contaminación están provocando un incremento alarmante de los casos de alergia respiratoria.

Cambio climático y contaminación: un cóctel peligroso

Las causas de este aumento son diversas. Si bien los factores genéticos predisponen, los cambios medioambientales son los principales responsables. El incremento del número de vehículos diésel, las emisiones industriales y el uso de calefacciones urbanas crean un entorno hostil para las plantas, que reaccionan produciendo proteínas de estrés. Estas proteínas hacen que los pólenes sean más agresivos, con mayor capacidad para inducir reacciones alérgicas.

Mujer estornudando con un pañuelo mientras pasea por el campo, con una ciudad contaminada al fondo.
El aire del campo ya no es refugio: la contaminación urbana agrava las alergias respiratorias.

La ciudad: un entorno más alergénico que el campo

Los contaminantes más abundantes en el aire urbano —como dióxido de nitrógeno, ozono, monóxido de carbono, óxido nítrico e hidrocarburos— favorecen el fenómeno de inversión térmica. Este fenómeno impide que los pólenes abandonen la atmósfera, prolongando su permanencia sobre las zonas urbanas.

Está demostrado que la incidencia de alergia respiratoria es mayor en las ciudades que en el medio rural, a pesar de que las concentraciones de pólenes suelen ser más altas en el campo.

Efecto invernadero y polinización prolongada

La concentración creciente de CO₂ en la atmósfera, procedente del uso de derivados del petróleo y no absorbido eficientemente por los árboles, está provocando un aumento de la temperatura. Esto genera el denominado efecto invernadero, que adelanta la floración y prolonga la presencia de pólenes en el aire.

Además, las plantas más débiles desaparecen, siendo sustituidas por especies más resistentes… y más alergénicas. Estas nuevas plantas producen pólenes más agresivos, que permanecen más tiempo en la atmósfera.

Curiosamente, el aumento del CO₂ también tiene un efecto fertilizante sobre cultivos como el olivo o los cereales, al estimular la fotosíntesis y aumentar la producción de polen.

Consecuencias respiratorias: de lo reversible a lo crónico

Los pulmones son los órganos más vulnerables a estos cambios. Las alteraciones que al principio son reversibles, con el tiempo evolucionan hacia un remodelado de la vía aérea, que favorece la cronicidad de estas enfermedades respiratorias.

Conclusión: respirar se ha vuelto un acto político y ecológico

Las alergias medioambientales ya no pueden considerarse simples molestias estacionales. Se han convertido en un síntoma visible del deterioro ambiental que estamos provocando. El aire que respiramos lleva la huella de nuestras decisiones colectivas: urbanismo desmedido, emisiones industriales, combustibles fósiles y pérdida de biodiversidad vegetal.

Detrás de cada estornudo, detrás de cada brote asmático o irritación ocular, hay una llamada de atención. Las plantas están cambiando, el clima está cambiando… y nuestros pulmones lo notan.

Es necesario repensar las políticas medioambientales, fomentar entornos urbanos más saludables, proteger las especies vegetales autóctonas y, sobre todo, comprender que cuidar el planeta no es sólo una cuestión de futuro: es una necesidad urgente para poder respirar hoy.

Por Mariano Rodríguez Pastor

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