Mujer de mediana edad sorprendida durante una consulta médica, escuchando al doctor que le explica por qué no debe usar fármacos para adelgazar.
En los últimos años, medicamentos como Ozempic, Wegovy o Mounjaro han irrumpido con fuerza como herramientas para perder peso. Aunque fueron desarrollados para tratar la diabetes tipo 2, su uso se ha extendido a personas sin patologías previas, seducidas por su eficaz rapidez. Pero ¿qué consecuencias tiene esta decisión cuando no va acompañada de cambios profundos en el estilo de vida?

La seducción del atajo

Vivimos en una sociedad que premia la inmediatez. Queremos resultados sin espera, soluciones sin esfuerzo y transformaciones sin compromiso. En este contexto, no sorprende que se haya disparado el uso de medicamentos pensados para tratar la diabetes en personas sanas que solo desean adelgazar. El ejemplo más conocido es Ozempic, aunque no es el único: le siguen Wegovy, Mounjaro y otras formulaciones del grupo de los agonistas del receptor del GLP-1.

Estos fármacos, diseñados para regular los niveles de glucosa y controlar el apetito en pacientes con diabetes tipo 2, han sido rápidamente adoptados como herramientas para perder peso sin pasar por el cambio de hábitos. Basta una inyección semanal para reducir drásticamente el hambre, perder kilos con rapidez y, en muchos casos, hacerlo sin modificar la alimentación ni realizar actividad física.

Pero el cuerpo humano no responde bien a los atajos cuando se trata de procesos complejos como el metabolismo, la regulación hormonal o la composición corporal.

Ilustración de personas con sobrepeso caminando por el campo hacia una estrella brillante, simbolizando la búsqueda de soluciones milagrosas para adelgazar.

La búsqueda de una solución rápida puede convertirse en una travesía ilusoria: no todo lo que brilla al fondo del camino es salud.

¿Qué dice la evidencia?

Desde el punto de vista médico, los fármacos GLP-1 han demostrado eficacia en estudios clínicos para inducir pérdida de peso significativa. Sin embargo, también han demostrado efectos secundarios relevantes y, lo que es aún más preocupante, una rápida recuperación del peso perdido al suspender el tratamiento.

Un estudio reciente de la Universidad de Oxford advertía que, en la mayoría de los pacientes, el peso perdido se recupera en menos de un año si no se mantiene el uso del medicamento. Esta dependencia farmacológica no solo compromete la salud a largo plazo, sino que plantea un dilema ético: ¿estamos creando pacientes crónicos por decisión estética?

El endocrino Francisco Rosero lo resume así: “Si no cambias tus hábitos, solo tienes dos opciones: seguir aplicándotelo de por vida con sus riesgos, o sanar tu metabolismo con esfuerzo y compromiso”.

Más allá de la báscula: efectos invisibles

Uno de los efectos menos comentados de estos fármacos es la pérdida de masa magra, es decir, músculo y hueso. El bioquímico Benjamin Bikman, investigador en metabolismo, lo explica con un dato demoledor: por cada 2,7 kg de grasa perdida, se pierden 1,8 kg de masa magra. Esto tiene consecuencias especialmente graves en mujeres postmenopáusicas, cuyo riesgo de osteoporosis ya es elevado por sí mismo.

Casos como el de la cantante Avery, quien desarrolló osteopenia y osteoporosis tras un año de tratamiento, ilustran los riesgos reales. “Me dijeron que estaba gorda, me lo recetaron, me enganché, y ahora mis huesos son como galletas”, declaró en una entrevista viral. El comentario no es anecdótico: muchos de estos tratamientos se están recetando fuera de su indicación médica a personas que no necesitan adelgazar, sino mejorar su relación con la comida o con su cuerpo.

También se ha documentado un aumento de síntomas depresivos y pensamientos suicidas en pacientes que inician el tratamiento. Aunque aún se estudian las causas, algunos investigadores sugieren que, al reducir el apetito, también se inhiben mecanismos neurológicos asociados al deseo y al disfrute. “No solo dejas de tener hambre; dejas de tener interés”, decía Bikman.

Pancreatitis y otras complicaciones

La Agencia Reguladora de Medicamentos del Reino Unido ha iniciado una investigación sobre el aumento de casos de pancreatitis aguda vinculados al uso de estos fármacos. El órgano afectado, el páncreas, no solo produce insulina, sino también enzimas digestivas cruciales. Su inflamación puede ser muy grave, incluso mortal.

Aunque en teoría la pancreatitis es una reacción poco frecuente —uno de cada 100 casos—, en lo que va de 2025 se han notificado más de 400 en Reino Unido, con especial protagonismo de la tirzepatida (principio activo de Mounjaro). Las autoridades británicas ya estudian si existen factores genéticos que predispongan a estas reacciones, y se plantea la necesidad de hacer cribados previos al inicio del tratamiento.

A ello hay que sumar otros efectos secundarios más comunes, pero no por ello menores: náuseas, vómitos, diarrea, estreñimiento, fatiga, dolor abdominal y problemas en la vesícula biliar.

Una herramienta útil, no una solución mágica

No se trata de demonizar estos medicamentos. En personas con obesidad grave y diabetes mal controlada, pueden ser parte de un abordaje terapéutico integral. En algunos casos, incluso son necesarios para romper un círculo vicioso de resistencia a la insulina, adicción al azúcar y sedentarismo.

Pero es inaceptable que se estén utilizando en personas jóvenes y sanas con un objetivo exclusivamente estético. Es más: esta banalización del tratamiento farmacológico puede terminar debilitando su imagen en aquellos casos donde realmente sí está indicado.

Como recuerda el doctor Bikman, los GLP-1 no deberían verse como “el fin del camino”, sino como una ayuda transitoria para quienes están dispuestos a trabajar en sus hábitos. La dosis mínima efectiva, combinada con una dieta rica en proteína, bajo índice glucémico y ejercicio de fuerza, puede evitar el deterioro muscular y ayudar a recuperar el control.

Lo que nadie te cuenta

En una consulta real, un buen profesional no solo mide el peso. Mira la grasa visceral, la masa muscular, la motivación, los patrones emocionales, el nivel de ansiedad y el entorno familiar. Porque la pérdida de peso sostenible no es un proceso estético, sino emocional, fisiológico y psicológico.

No hay atajos. Ni siquiera los que vienen en jeringuilla.

Conclusión: ¿dependencia o libertad?

Cada persona tiene derecho a decidir sobre su cuerpo, pero también el deber de hacerlo con conocimiento y conciencia. Si un fármaco te hace perder peso, pero te quita la masa muscular, la energía, la alegría y la capacidad de disfrutar… ¿realmente te está ayudando?

La verdadera solución sigue siendo la misma que siempre funcionó: alimentación real, movimiento regular, sueño reparador y acompañamiento profesional. El esfuerzo no se puede delegar en una aguja.

Por Mariano Rodríguez Pastor

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