Padre con expresión triste sentado en un banco junto a sus hijos y su perro, mientras la madre observa preocupada en un parque.
¿Podemos absorber el malestar de quien convive con nosotros?
La depresión no solo se vive en silencio, también se comparte sin querer. Las emociones, como la tristeza o la desesperanza, no se quedan encerradas en quien las siente: se filtran, se propagan, se contagian. Esta transmisión emocional, especialmente cuando ocurre en el núcleo familiar, deja huellas profundas. Y lo que se transmite también puede hacer sufrir a quien te acompaña y te quiere… pero también puede transformarse si hay apoyo y cuidado.

Dos personas sentadas espalda con espalda, en silencio, mostrando tristeza compartida en una habitación semioscura.

A veces, sin decir una palabra, el dolor del otro se instala en nosotros. El contagio emocional es real.

La huella invisible en los hijos

Durante años, la mayoría de los estudios sobre depresión parental se centraron en las madres. Se sabía que la tristeza prolongada de una madre podía condicionar el desarrollo emocional de los hijos. Pero ¿qué ocurre cuando el padre es quien sufre?

Una investigación publicada por la Academia Estadounidense de Pediatría abordó esta cuestión con amplitud. Analizó a más de 21.000 niños de entre 5 y 17 años que vivían con ambos progenitores. El hallazgo fue claro: también los síntomas depresivos en los padres —no solo en las madres— afectan al bienestar psicológico de los hijos.

El 25% de los menores con problemas emocionales vivía con ambos padres con síntomas depresivos. En los hogares donde solo la madre presentaba signos de depresión, el 19% de los hijos también los mostraba. Cuando era el padre, el porcentaje era del 11%. En cambio, en las familias donde ninguno de los progenitores estaba afectado, solo el 6% de los niños presentaba dificultades.

Los expertos subrayan que esto no demuestra una relación causal directa: también podría ocurrir que el sufrimiento de los hijos repercuta en el ánimo de los adultos. Sin embargo, lo que sí parece evidente es que el entorno emocional del hogar moldea —para bien o para mal— la salud mental infantil.

El contagio silencioso de las emociones

No hace falta ser hijo para verse afectado. Las emociones viajan en silencio. La tristeza crónica, la apatía o la angustia de una persona cercana pueden terminar anidando en quienes comparten su día a día. No se trata de “culpar” al que sufre, sino de comprender cómo las emociones circulan entre nosotros.

Una investigación de la Universidad de Notre Dame estudió a más de 100 parejas de estudiantes que compartían piso. Aquellos más vulnerables —es decir, con baja tolerancia al estrés, tendencia al pensamiento negativo o sensación de falta de control— mostraron un aumento significativo en sus síntomas depresivos si convivían con alguien deprimido. El efecto era medible ya a los seis meses.

Y también ocurre lo contrario: convivir con alguien emocionalmente equilibrado, con actitud positiva y segura, ayuda a reducir los síntomas en personas con tendencia depresiva. Es una forma de contagio al revés: un contagio que sana.

Esta transmisión emocional puede explicarse en parte gracias al funcionamiento de nuestras neuronas espejo. Estas células nos permiten “sentir” lo que sienten los demás. Son una base biológica de la empatía, pero también una vía por la que las emociones del entorno se imprimen en nuestro interior, sobre todo si no tenemos mecanismos de defensa bien desarrollados.

La importancia de detectar y cuidar

Saber que la depresión se transmite —aunque no en el sentido literal, sino emocional y conductual— obliga a revisar ciertos supuestos. A veces los programas escolares, los pediatras o los terapeutas infantiles se centran en los niños sin mirar más allá. Pero si hay tristeza en casa, si los adultos no pueden ofrecer una base emocional segura, el abordaje se queda cojo.

El doctor Michael Weitzman, coautor del estudio estadounidense, lo dijo de forma directa: “Nadie había pensado en organizar los servicios de salud para identificar y ayudar a los padres depresivos”. Un sistema de salud verdaderamente preventivo no puede mirar a otro lado.

Tampoco basta con identificar. Es necesario ofrecer opciones. Y entre ellas, cada vez se valora más el papel complementario de prácticas como la acupuntura.

Acupuntura para recuperar el equilibrio emocional

La acupuntura no sustituye un tratamiento médico o psicológico, pero puede ser un aliado valioso para muchas personas. En los últimos años se han acumulado estudios que muestran sus beneficios como terapia de apoyo en la depresión.

Un estudio retrospectivo de la Sociedad Argentina de Acupuntura analizó la aplicación de puntos específicos, especialmente los vinculados al meridiano del Corazón. Entre ellos destaca el punto C7 (Shenmen), cuya activación se ha relacionado con mejoras en la ansiedad, el insomnio y el estado de ánimo. Este punto, ubicado en la muñeca, se considera un regulador del Shen, la energía mental y emocional en la medicina tradicional china.

Además de la tradición clínica, los estudios controlados incluidos en la revisión de Cochrane “Acupuncture for depression” apoyan que su uso puede favorecer la liberación de neurotransmisores como la serotonina, implicados directamente en el bienestar emocional.

Entre los beneficios observados en pacientes tratados con acupuntura destacan:

  • Alivio de la tristeza y la ansiedad.
  • Recuperación del sueño reparador.
  • Reducción de la fatiga y el agotamiento psíquico.
  • Mayor capacidad para afrontar el día a día.
Más allá de los efectos fisiológicos, el hecho de recibir atención personalizada, con escucha y respeto, también tiene un valor terapéutico. La persona siente que puede empezar a salir del túnel. Que no está sola.

Cuidar a quien cuida

Cuando hablamos de depresión, no hablamos de debilidad, ni de falta de voluntad. Hablamos de sufrimiento. Y ese sufrimiento no se queda encerrado dentro del cuerpo: se extiende como una onda. Puede atravesar generaciones o disiparse con el cuidado adecuado.

Prestar atención a quien convive con tristeza profunda no es solo una cuestión de compasión, es también una forma de prevención. Porque al cuidar a quien cuida, también protegemos a quienes crecen cerca.

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✍️ ¿Quién no recuerda la “crisis periférica” (2010–2016)? No fue la primera que llevaba a cuestas, pero sí una de las más duras: marcó prácticamente la desaparición de la clase media. Pasé de no tener tiempo a tener todo el del mundo. Sabía, como en otras ocasiones, que era cuestión de tiempo. Mi experiencia profesional me daba esa serenidad.
Aproveché ese periodo para transcribir artículos que había escrito años atrás con mi vieja Olivetti, los fotocopiaba en la copistería del barrio y los dejaba en la sala de espera, para quien quisiera leerlos o llevárselos.
A finales de 2012 empecé a publicarlos en mi blog. Hoy los recupero con respeto, como testimonio de una época y de un camino recorrido, revisados y actualizados 2025 en la categoría “Mis primeros artículos”.

Por Mariano Rodríguez Pastor

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