Hombre de mediana edad con bata y pijama sentado en el borde de la cama, en actitud de agotamiento emocional, en una habitación en penumbra.

Cuando el cuerpo pide tregua… y la mente no responde

“Ahora que es cuando mejor podía estar… ¿por qué me pasa esto?”

Esta pregunta, que se repite como un eco en la consulta, encierra más que un malestar puntual: es el reflejo de un agotamiento profundo, muchas veces silencioso, que se ha ido acumulando a lo largo de los años. La depresión no siempre llega como un trueno repentino. A veces se cuela poco a poco, disfrazada de cansancio, de desgana, de noches sin sueño o de una tristeza inexplicable.

Lo que el cuerpo sostiene… hasta que no puede más

Durante años, uno cree poder con todo. El trabajo, la familia, las urgencias cotidianas. Se duerme mal, se come rápido, se vive deprisa. Y si encima hay que cuidar a un familiar enfermo, o sostener una rutina exigente sin parar ni un segundo, el desgaste emocional acaba pasando factura.

Mujer de mediana edad con ropa de estar por casa observando con inquietud a través de la puerta entreabierta, desde un interior en penumbra.

En algunos casos, la depresión puede llevar al aislamiento y al temor de salir al exterior, afectando profundamente la vida cotidiana.

Cuando somos jóvenes, la espalda es ancha —o eso creemos. Pero el tiempo, como buen notario, va dejando constancia de todo. A cierta edad, las “teclas” empiezan a sonar: insomnio, apatía, irritabilidad. Y lo que parecía una mala racha puede convertirse en un trastorno depresivo si no se atiende a tiempo.

No es que el cerebro —o el intestino, que también participa en esta sinfonía química— haya dejado de sintetizar serotonina, dopamina o sus precursores. El problema es que, con el tiempo, hemos acostumbrado al organismo a degradarlas más rápido de lo que puede reponerlas. El equilibrio que antes nos protegía frente al estrés cotidiano se rompe por sobreuso, no por defecto. Y aunque estos neurotransmisores pueden aportarse desde fuera mediante medicación —y a veces es necesario hacerlo—, el cuerpo, como un lactante que prueba por primera vez la tetina, aprende rápido. Le cuesta menos esfuerzo obtener esa “leche química” por vía externa. Y en esa comodidad aparente, se instala el desequilibrio.

Exceso de trabajo: un riesgo silencioso

Una investigación dirigida por Marianna Virtanen, del Instituto Finlandés de Salud Ocupacional, arrojó datos preocupantes: trabajar 11 horas o más al día duplica el riesgo de sufrir depresión. El estudio, realizado con 2000 funcionarios británicos, analizó durante seis años los efectos del exceso de horas laborales en personas de entre 35 y 55 años.

Los más afectados no eran necesariamente aquellos con jornadas sencillas o tareas rutinarias, sino quienes asumían altas responsabilidades, trabajaban bajo presión continua y llevaban un estilo de vida aparentemente estable. El patrón se repetía: insomnio, pérdida de concentración, menor capacidad de reacción… y al cabo de un tiempo, síntomas depresivos.

Según la OMS, en 2030 la depresión será la principal causa de enfermedad en el mundo. Y aunque suene paradójico, trabajar demasiado puede enfermarnos. A veces, el origen del sufrimiento mental no es la falta de empleo, sino todo lo contrario: una sobrecarga sostenida que acaba colapsando el sistema emocional.

Acupuntura: un camino integrador hacia el equilibrio

La acupuntura, más allá de su imagen tradicional, se ha convertido en una opción cada vez más valorada en el tratamiento complementario de la depresión. ¿Por qué? Porque no solo alivia el dolor físico: también promueve el equilibrio interno, estimula neurotransmisores y puede ayudar a restablecer la calma emocional.

Estudios recientes han demostrado que, al estimular puntos específicos, se activan zonas del cerebro relacionadas con el estado de ánimo, como la amígdala o la corteza prefrontal. Además, aumenta la liberación de endorfinas y serotonina, lo que se traduce en una mayor sensación de bienestar.

Hay algo más: la acupuntura modula la inflamación crónica, una de las causas subyacentes en muchos casos de depresión. Al reducir ciertas citoquinas inflamatorias, mejora la respuesta del sistema nervioso y favorece la plasticidad cerebral mediante el aumento del BDNF, una proteína clave en la regeneración neuronal.

Alternativa, complemento… o ambos

La evidencia clínica muestra que la acupuntura puede ser tan eficaz como ciertos fármacos antidepresivos en casos de depresión moderada, pero con menos efectos secundarios. Y cuando se combina con medicación, permite en algunos pacientes reducir dosis o mejorar la respuesta terapéutica.

La electroacupuntura, por ejemplo, ha mostrado beneficios específicos en síntomas como la fatiga, la tristeza profunda o la falta de motivación. También ha dado buenos resultados en casos de depresión resistente, cuando los fármacos no logran por sí solos una mejoría significativa.

No se trata de elegir entre una cosa y otra. Se trata de integrar. Cada paciente es un mundo, y el arte terapéutico está en saber cuándo combinar, cuándo sostener y cuándo dejar espacio.

Luz entre las rendijas

No todo en la depresión se puede medir con escalas. A veces, el simple hecho de que alguien se sienta escuchado, comprendido, respetado, puede activar un cambio. La acupuntura, en este sentido, no cura por sí sola, pero abre una puerta. Una puerta que a veces es suficiente para empezar a salir del túnel.

Y sí, es cierto: algunos estudios aún muestran resultados mixtos, y la falta de protocolos estandarizados puede dificultar su aplicación clínica. Pero eso no le resta valor. La experiencia de miles de personas que han encontrado alivio en ella, aunque no siempre “medible”, también forma parte del conocimiento terapéutico.

Reflexión final

Como terapeutas, somos canales. No podemos resolverlo todo, pero sí acompañar con respeto y criterio. No es menor el reto que tenemos por delante: prevenir antes que curar, educar antes que medicar, y, sobre todo, recordar que el ser humano necesita ser mirado en su conjunto.

En tiempos en los que muchos trabajan el doble por el mismo sueldo, mientras otros no encuentran trabajo, la presión cambia de forma, pero no de fondo. Sea cual sea la causa, el sufrimiento mental es real. Y ahí es donde debemos estar, con presencia y con humildad.

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✍️ ¿Quién no recuerda la “crisis periférica” (2010–2016)? No fue la primera que llevaba a cuestas, pero sí una de las más duras: marcó prácticamente la desaparición de la clase media. Pasé de no tener tiempo a tener todo el del mundo. Sabía, como en otras ocasiones, que era cuestión de tiempo. Mi experiencia profesional me daba esa serenidad.
Aproveché ese periodo para transcribir artículos que había escrito años atrás con mi vieja Olivetti, los fotocopiaba en la copistería del barrio y los dejaba en la sala de espera, para quien quisiera leerlos o llevárselos.
A finales de 2012 empecé a publicarlos en mi blog. Hoy los recupero con respeto, como testimonio de una época y de un camino recorrido, revisados y actualizados 2025 en la categoría “Mis primeros artículos”.

Por Mariano Rodríguez Pastor

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